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Foto del escritorMario Vidal

Sin cuenta


Foto: Gabriel Vidal


Cinco rodajas. Infantil, púber, semiadulto, adulto, maduro. Hemos aprendido sin querer a veces. Inculcándonos otras. Con grumos en ocasiones, con fluidez en diferentes etapas. Nos hemos divertido sin saber, por instinto, y reido sin obligación, porque sí. Hemos quebrado reglas cuando todavía se podían quebrar, cuando eramos impunes,inmunes a tanto formalismo, propensos a un coscorrón o miradas que no precisan hablar para ubicarnos en las normas de aquella normalidad. Nos fueron preparando para otros topetazos, los que más duelen. La sal sabía más salada en las primeras lágrimas. Seguimos a la manada de nada.El mundo fue una pelota o una muñeca. Escuchamos fábulas, porque nos permitíamos escuchar a los animales, después no, fuimos más selectivos. La bonhomía imperaba casi como un derecho y bien sabemos que con el tiempo los derechos naturales se van perdiendo y dependen de muchas circunstancias, personajes, para mantenerlos. En ese remolino, centrífugo, las gargantas raspan por tener que tragar en seco, algunos como yo, no se importan con el gusto a sangre y se resisten a embuchar lo no querido. Y desaparecen o se exilian. O se aislan. O simplemente dicen.

Han habido amores prototípicos en el seno del jardín de infancia.Níveos. Hubo pieles rozagantes y músculos firmes cuando las pasiones parecen más apropiadas y pueden desfilar sin vergüenza con el beneplácito de todos. Rojo que se va anaranjado en el atardecer.

Igual número de tonos de gris al tiempo que dejábamos atrás el blanco y negro nativo en millones de colores.

Nos entregamos. Nos entregaron. Y pagamos para perder y muy de vez en cuando para ganar en esa tómbola miserable de una en un millón.

Y también dimos todo por la atención de esa mirada.

Montañas rusas y de otras latitudes.Subimos y bajamos, con emoción, con miedo, con expectativas, dejados o forzados. Y el sexo nos gratificó con sus drogas. Curvas. Y todo fue un beso. Lo único que importaba. Y nos hizo viajar. Y cuánto. Los caminos se abrieron y los limites se ampliaron, ya no nos contenían, nos lanzaban.

Vimos que de la guerra estalla la paz y que del mismo vientre carnal parimos el más puro de los amores.

Fuimos peregrinos feroces de ideas revolucionarias, sin balas, que no matan y nada cambiaron. Románticamente. Hemos dormido en literas, en moteles, en mullidos brazos, en el suelo y despertado siendo los mismos. Después de haber soñado ser otros. Y volvimos a empezar. El pavimento es demasiado duro en la caida. Uno se acaba acostumbrando. Con el tiempo nos fuimos inmunizando a los espejos rotos y sus maleficios. Apenas devuelven imágenes fraccionadas, partecitas de lo que somos que a veces nos asustan por sus verdades.

Hemos quemados los puentes porque finalmente aprendimos donde no debemos volver. Salimos de los nichos que pretendían educarnos buscando horizontes, recolectando historias y como para eso están, sin alcanzarlos. A esta altura ya no nos importa. Si volamos alto o si volamos bajo, lo importante es volar.

Hemos sido asíntotas, tangentes , paralelas, hemos sido innúmeros, a la potencia de, hemos sido uno y también infinito. Infinitos somos, siempre fuimos. Somos piezas de un Mecano malévolo, fragmentos de obras inacabadas, notas en partituras de músicas que no suenan bien, pero suenan.

Florecimos, sin muchos colores en algunos casos, la belleza en la mayoría de los casos es sutil , invisible a los ojos desnudos y desprevenidos. Y aprendimos a mirar también.Y vinieron los frutos y sus nuevos aromas y desafios. Y nos vimos en los otros y nos reconocimos, idénticos y apartir de ahí, sin identidad.

Ideologemas hemos seguido, algunos más puros que otros, pero la marea nos lleva en diferentes olas ,encontrándonos o distanciándonos y nos devuelve en las resacas, como puede. Y hemos bebido por todos los motivos, desde aguas benditas hasta mergurges espirituosos. Cada uno carga con sus efectos y sus diferentes formas. Entre copa y copa, hablamos boludeces. Y reimos más fácilmente con aquel vinito mendocino encima.

Ganamos experiencia, acumulativa. Es propia. Quién se interesa con experiencias ajenas. Y al hombro las llevamos. Pesan. Son vástagos del haber vivido. Vástagos que no partirán. Nos acompañan hasta el fin. O a un nuevo comienzo.

De a poco fantasmas nos tornamos, sin brusquedades. Sin sustos y sin asustar. Deambulamos inofensivos. Esperamos con brazos largos lo que se extiende de lo ya extendido. Y abrazamos. Y mucho, mucho más que antes. Ellos vienen sin miedos, despreocupados, riendo en sus ojos. Auténticos.

Llamamos al camarero, cincuenta, dice. Y a partir de ahora, la cuenta ya fue saldada.

M.O.V.

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