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Foto del escritorMario Vidal

Rey de reyes


A un soberbio soberano solterón empedernido del medioevo, innombrable, temido y despreciado por su iniquidad sinrazón ,sus incongruentes decisiones y su amaneramiento, en una de sus esporádicas salidas del castillo para vanangloriarse de su nada hecho, a media mañana de un día cualquiera de un mes otoñal, entre nebulosa, humo, rábidos perros, pidientes mugrosos, deselegantes zaparrastrosos, furcias ojerosas, truanes usureros, feriantes inescrupulosos, correteantes moqueantes niños plebeyos y sus gritonas madres detrás, algún que otro esclavo haciendo los mandados, rengos y mancos arrastrados, mudos, ciegos, sordos, súbditos en general de su apático reino, mantenidos profilácticamente a una debida distancia de su carruaje y de su vida por los reputeados caballeros de su guardia imperial, se le asomó con aires sabientes una tajante mirada de refilón del desdentado adivino del pueblo, reconocido en el barrio como el viejo Céfiro, octogenario colérico, temible y respetado entre los miserables por su inefable tino, que venía a inquietarlo desde un huequito entre las trizas de un vidrio en la ventana de un casebre en un pasaje sin nombre de un recóndido recodo perdido, persistiéndole esa imagen al garca monarca como un engorroso cachetazo sin mano, irrespetuoso y obsceno.

Con la noche cerrada de un tardío día protocolario encerrado, después de una comilona a solas y en silencio, como era de su costumbre, aislado de sus pajes de manos y oídos atentos en la antesala del salón, con un cáliz de plata lleno de vino en su mano tibia en movimiento de rotación , los pájaros del mal agüero todavía revoloteaban en su cabeza tortuosa.

Contrariado.La sangre a la cabeza. La yugular hinchada. Sequedad en la boca.Respiración agitada. Se conformó y reconfortó engañosamente.

Sintiéndose especialmente célico y dichoso y ciertamente omnipotente , ya en sus aposentos, ensayó unas morisquetas, creído que esas eran sus gracias veneradas por las que lo amaban y admiraban , desafió vociferante y con ademanes altaneros a su propia suerte, incrédulo a las miradas malditas, observándose inmune y majestuoso frente al espejo que lo pintaba de cuerpo entero en su marco de oro.

-Espero ansioso, ex-pec-tan-te y de antemano maravillado por lo que el futuro tenga reservado para mí- se dijo impostándose desde lo alto de su ego, su nariz empinada y con los ojos cínicamente entre abiertos.

El viento, añoso bellaco cansino caprichoso torpe y cerril, que no entiende de enigmáticas palabras sueltas en regias claves discursadas, se adentro sin las formalidades ceremoniales del caso por la fina rendija entre las hojas de los pesado maderos del portal de la alcoba real trayendo una inmediata y petulante respuesta insospechada.

Por un soplo desconocido, murió súbitamente el rey, como muere también la llama de la vela en vela.

M.O.V.

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