Algunos de mí, se van muriendo.
Naturalmente.
De muerte muerta, suicidándose, matándose entre ellos.
Como soldaditos de plomo caen atarantados o atragantados por batallas inútiles.
Autoexiliados en las cavas cóncavas del olvido, en las sombras de los sueños o guiados por un faro tuerto, perjuriando a cada paso por calles aplastadas como queriéndose, así, salvarse.
El dormido soñador despierto, el incompetente competitivo, el propietario impropio.
El deportista antideportivo, el irrealista idealista, el indispuesto impostor impuesto.
El saltabanco asaltabancos. El petulante pétalo de flor marchita, marchándose.
El fiero intelectual feroz, el enlutado luchador moribundo, el escarmentado enamorado.
Impedidos impelidos.
Gestándose esta gesta por detrás de esta jeta.
Tumba que retumba.
Convencionalmente frágil el tiempo.
Llegar a la menor expresión como objeto sujeto.
Epítetos y apetitos de lo prohibido saciados.
Sin pelos, sin sepelios.
Sin líos burocratizados.
Sin flores ni coronas.
Cenizas del miércoles de carnaval.
No entramos todos en el cajón, a lo sumo, dos o tres apretaditos y sociables.
Una cuestión de peso y espacio.
Sempiterno aciago perpetuo .
M.O.V.
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