Foto: Gabriel Vidal
Quienquiera que sea, me autopercibo.
Me atropello en la multitud en tránsito.
La uberización en esta época es generalizada.
Mi seguro es contra terceros con franquicia y el daño es total.
La marcha no se detiene y de a poco se muere pisoteado.
La prostitución es mal paga con posverdades verosímiles.
Los machacados cuerpos abollados y las almas siniestradas.
En moral ritualizada, un salmo para las cardiopatías mórbidas.
Para mí, otros tiempos verbales son los más indicados, en modo subjetivo.
El imperativo imperante no me impone el mínimo respeto, su señoría.
A las cosas por su nombre, nombre por nombre, apellidame y tachame.
Por mi nombre, nombrame, que ese señor que me dices, está en el cielo.
Sin renombre, reputación, fama, notoriedad, prestigio o nombradía.
Apelativo al mote, al alias, al seudónimo, al apodo, lo común.
En lugar de resistencia, código de colores.
Operario operable inoperante.
Mi obra es obra de un obrero.
A mano, manufacturada, a mano armada.
En primera persona pero de cuarta.
Soy un sujeto que se piensa.
Mi alegato costumbrista.
Costero marginal.
Y que mea culpa.
Con edad para el examen de próstata.
Desde ayer hasta hoy, hasta mañana.
Esto me da trabajo.
Mayo primero.
Individualizado.
M.O.V.
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