Este acá, quien escribe, no tiene abuela, ni abuelo. No es que quiera justificarme por tanto amor propio, autosuficiencia y narcisismo. Cuando nací, había uno por bando. La Nona, Pascualina, italiana, piemontesa agruerrida admiradora de los camisas negras, venida después de la Segunda Guerra con temores de una tercera,no hay dos sin tres,pensarían, junto a mi infanta madre y a mi Nono Oreste al que conocí por fotos. Don David, mi abuelo, venido del interior como tantísimos en busca de un futuro mejor prometido por la gran capital,unidad única unitaria de un federalismo ficcional. Más tarde, mi abuela y su primogénito, mi padre, reconocido en los papeles con el tiempo, cuando los hermanos comenzaron a llegar.Era comienzo de un siglo que venía para cambiar.
Ajusto el retrovisor, imágenes impalpables, mas, azucaradas. Voy a detenerme en mi abuelo.
Irascible, refunfuñon, entre dientes, de sonrisa muda franca, si era para reir,barrigón,protestón en general, marcas en el orillo de un buen Vidal. Veta inmanente familiar para el malhumor.Frente amplia, peinando canas para atrás, bigote mullido pero medido, recta la nariz, aguileña la mirada. Arrugan sólo las pieles, pliegan el alma, frunces para el que aprendió a sufrir callado. Ceño señoral de entrecejo serio, mentor sin mentón.Joroba de un jorobado.Agudo como aguja de pinchar. Guardaba charadas para adivinar. Faso tras faso, paso tras paso, rápido caminar de piernas cortas apuradas. Camisa y chaleco de lana, musculosa cien por ciento algodón, sorprendido dentro de casa. Pantalones industriales, pulcros, impecablemente planchados, austeros. Prudentes y sobrios colores, algún tinto podía descascar.Peronista, claro.
Arrebol de arrabal al arribar, de conventillos colindantes a conventos non santos, juridicción de malevos y guapos a la gomina. Chacarita primero, transportada por el trencito a una Villa Bosch pueblerina, después.
La casa de mi abuelo. Pilares en la puerta para ver a la gente pasar cuando jubilado,rosas chinas recibían haciendo las veces de una chinita Rosa que temprano mustió y no pudo llegar.Para entrar por la cocina, de latas escondidas de bizcochos autóctonos en armarios de metal. La música tangueaba gangoza en la radio vetustamente amueblada desde el salón de parquet abandonado, sellado por lágrimas aceitosas de las mejores musas, las muzzas con jamón y morrones de reunión familiar. Los cuartos, al final. Paredes en finísimo revoque perolado. Habitable sin terminar. En el fondo un jardín un tanto descuidado. Allí, soberbios asados en torcido parrillar subían los humos por piramidal chimenea desnuda de ladrillos abiertos. Unos peldaños de hormigón, escalera a un cielo soñado deseos de padre que no enraizó en los hijos para una morada colectiva. Un galponcito de tesoros, revistas El Tony y D´artagnan, un fuerte fuerte que resistió a los índios y a mis primos, un rifle de aire comprimido con bellotas verdosas como munición para latitas como blanco.Un oxidado proyector que había sido un buen proyecto y sus filmes desenroscados con historias indecifrables descontadas.Puertita de chapa que no servía ni para abrir ni para cerrar. Una mesa añosa continuaba la leña de un árbol naranjero reposando bajo la copa que abrigaba la gangrena de sus patas y lomo. Limoneros perfumaban el lugar. Lo que nos rodea se impregna de lo que somos.
Remenbranza reminiscente inmarcesibles, accesibles.
La Spika al oído en los raudos relatos de cuervos azulgrana en las tardes del domingo al solcito del umbral de la puerta de mi casa cuando nos venía a visitar y yo como único testigo de los goles que no llegaban, ni a palos.
Un viaje arrastrándolo a su Córdoba natal, insomne de conversaciones despaviladas en micro, para él , no había otra forma de viajar. Gemelas hermanas lo aguardaban ansiosas, él, se hacía desear.
Adobos misteriosos para sus propias y magistrales pizzas, sin develar. Locros gordos de quien bien aprendió a cocinar.
Sin su habitual caparazón, palabras sobrias, trémulas, párvulas, sus ojos llorosos decían lo que nunca habían dicho dándome consuelo la mañana en que mi Nona con mi Nono se fue a encontrar.
Generalas, Chichón, Escoba del siete, me enseño a no dejarme ganar, las victorias se merecen.
Fotos, fijos ojos en futuro de palmas arrugadasDiscurridas poses de estoico y experimentado modelo improvisado para iluso impúber fotógrafo. Los focos en foco.
Homenajear al tiempo que al pasar vivimos. Tuve su última mirada de hospital, la guardo de prepo sin querer guardar,Agónica. Días después vino por la compañía de mi papá.Me quedo con la que le robé acodado y canchero desde un mimbreño escaño, de mimbre.
Enseña, el que no quiere enseñar.
M.O.V.
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