Al palo apaleado, en pantuflas y piyama, amagando y dudando un sorbo de duda la idea.
Arrastrados pies de acá para allá. Abracadabra a destiempo. No se le atreve a la vida breve.
Se quiere ir pero se queda, vueltero se da la vuelta y le da vuelta, al revés y al derecho.
Si la ve, la ve como la ve, al pasar, alarga y amarga el mate amargo.
Rasurada entre sombra asomando apareciendo en adusto gesto a gusto ya perpetuo, perpetrado, pétreo, amaneciéndole con ganas, pero de agotadas gotas, a gatas, son pocas las ganas, a estas alturas, las de cambiar. Rezado el Dios de los adioses.
Ella hamacándose sola, solitaria juguetea y le remolonea al nuevo día entre la inocencia traída de lo pelos y la maleva adultez de prepo instalada en los resabios resabidos de recelos.
Entredientes escarba ensayadas palabras enyesadas que no dice ni dirá en alta voz altiva pero quebrada, bajo el frío de pesadas frazadas al descubierto del despertar, se esconde, se abriga.
Desayunándose en ayunas.
Panza llena corazón contento.
Pequeñas delicias de la vida conyugal.
Dónde están los campos descampados, las florecidas flores, las frescas hierbas, el pasto con su olor mojado, la armónica armonía de una armónica aireada, los sabores a la boca deseados y prometidos.
Dónde están los sueños de los años que se han perdido.
No se deja por la niebla, el sol nacer.
M.O.V.
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